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Del mundo y su constante estupidez. Dos observadoras siempre atentas de la necia indiferencia de un mundo cada vez más plano.
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Una ciudad sin nombre.


Caminando. Una ciudad convulsa se extiende en todas direcciones. Una multitud de cansados ciudadanos se cruzan y se tropiezan sin mirarse, bajo un cielo radiante de una Caracas que muchas veces me resulta desconocida. Aqui nací, aquí crecí y ahora, desconozco este pequeño fragmento de historia que muchas veces consideré parte de mi identidad. Me siento extranjera. No reconozco las calles rotas y sucias, la suciedad que se eleva como pequeñas esculturas mudas de indiferencia. Me paraliza la furia cuando me invade esta extraña sensación de no pertenecer a ningun lugar, que el tiempo y el lugar de la Caracas en mi mente, no coincide con este lugar enloquecido en el que ahora deambulo a ciegas, cansada, agobiada por la sensación de sentirme rota en medio de la decidia. Caracas, mi pequeño Reino de pequeñas locuras: donde aprendi a crecer, donde saboreé esa textura extraordinaria de la identidad y la pertenencia. Ahora solo coexisto en medio de una idea de lo que fue, de lo que pudo ser y lo que hemos perdido. Fragmentos de una memoria que murió. Mi pequeña Caracas. Mi hermosa Caracas. Un nombre que dejó de pertenecer a este vieja historia que ya nadie cuenta.

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